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Yaro

Escritura y literatura
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Crónica de un (des) encuentro cercano del tercer tipo (Parte I)

El siguiente relato tiene dos condimentos habituales en lo que respecta a la vida. Por un lado, tenemos la imaginación y por el otro lado, la estupidez humana. A lo largo de esta historia, el lector se topará con ciertos personajes y sucesos que podrán sellar la dosis justa de dichos condimentos. Nicolás se venía preguntando hace meses como sería su campamento de fin de curso, era un evento que estaba esperando hace mucho tiempo. Todos aquellos que fueron al Instituto Rafael Valcarce, saben que, llegado los primeros días lectivos, pasado casi un mes de clases, se realiza el campamento de los sextos. Un encuentro muy tradicional dentro de la institución que, a pesar de que los alumnos lo ven como un segundo viaje de estudio o quizás una previa al mismo, marca el comienzo del fin del secundario. Las emociones que tenía Nicolás podían ser representadas por un electrocardiograma o una montaña rusa mientras repasaba mentalmente las tareas: Armar la mochila, cargar la bolsa de dormir, el aislante y todo aquello necesario para estar alejado de la civilización un fin de semana completo. Por un lado, sabía que era su último año en el colegio, pero también no veía la hora de estar armando carpa en el predio con sus amigos, Valentín y Fernando. El lugar donde se realizaba el campamento era fantástico. Una zona boscosa llena de todo tipo de árboles y pinos que se le pueden ocurrir a un paisajista, piedras gigantes asentadas desde la época prehistórica, una capilla de estilo español con ciertos rasgos de descuido y vejez. Todo el predio era el lugar ideal, con mucho espacio y naturaleza. Obviamente, el lugar también era muy rico en historias y leyendas. Desde la aparición de duendes entre las ramas de los árboles, hasta la idea de que en algún momento hubo visitantes de otros planetas asentados en dicho lugar y que han coincidido con campamentos realizados por camadas anteriores. Uno de la categoría 98´, decía haber visto una nave espacial cruzar los cielos en medio de la noche. Pero más allá de todas estas creencias y mitos, lo que primaba, era este viaje al encuentro con la naturaleza, donde se festejaba el final de una etapa gloriosa para algunos, y un gran alivio para otros. Encuentro que tenía como protagonistas a Nicolás, Fernando y Valentín, que se caracterizaban por tener personalidades muy disímiles. Valen, como sus amigos lo llaman, era un pibe de esos que son fanáticos de todas las sagas de las películas de guerras en el espacio, ferviente seguidor de los superhéroes y de los universos en los que están inmersos estos personajes. No le molestaba los motes que le habían asignado varios compañeros, él sabía muy bien quién era y estaba muy seguro de sus gustos. Además, tenía un rendimiento académico envidiable y un corazón grande como una sandía. Fer era un personaje. Un flaco totalmente extrovertido con gran sentido del humor y con una ocurrencia que combinaban de manera perfecta. Una de las cosas que más le gustaba era contar anécdotas y hacer reír a su entorno. Todos lo conocían como el “aparato” de la clase, no paraba ni un minuto, se la pasaba robando sonrisas de todos y conversando con las chicas. Se dice que hasta los profesores se descostillaban de la risa con sus cuentos e historias de los fines de semana. Nico, por otro lado, era fanático del fútbol, hincha ferviente de Boca Juniors y habilidoso con la pelota. Como si no fuera poco, era un galán nato. Dicen por ahí que ha tenido más de una conquista a la vez. En algún que otro barrio de café, le dirían que es un “pintón”, en el colegio le decían “facha”. Los tres eran amigos desde hace cuatro años y siempre fueron inseparables. - “No puedo creer que estamos terminando. En un abrir y cerrar de ojos ya estamos entrando a la facultad”, le comenta Fer a Nico mientras estaban por subir al autobús que los iba a llevar de viaje. - “Ni me lo menciones. Muchos dicen que se nos acaba la joda y se empieza la vida real”, le contesta Nico, con un poquito de melancolía en su tono. La charla siguió, pasando por el camino de los interrogantes de una carrera universitaria y de la suerte que habían tenido de coincidir en él colegio. Ya viajando, el alboroto en el autobús era demencial, cantos y vitorees eran abundantes, casi que no se podía escuchar lo que hablaba uno sentado al lado de otro. Estaba clarísimo, los dos grados comenzaba la travesía hacia el campamento que para algunos iba a ser el símbolo de la adultez, de la mayoría de edad, de la etapa finalizada. - “Dicen que una vez, a un alumno se lo comió el bosque, se metió entre los árboles y no lo volvieron a ver”. Valentín que se conocía todas y cada una de las leyendas que envolvían al lugar de destino. - “No, no puede ser, déjate de cuentos. Seguro que se fue a fumar o se comió algún tipo de hongo”, rápido como un rayo, contestó Fernando como si fuera un habitúe en el mundo de los narcóticos y alucinógenos, provocando la risa de Nicolás. Este último, el más sereno de los dos, pero con un gran bagaje del tema, metió bocado: - “¡Fercho, acá el que come hongos sos vos! Y vos Valen olvídate, de última tenemos tu navaja multiuso”. Empezaba a caer la tarde y a medida que el sol se estaba ocultando, las energías de dos bandos enteros de adolescentes ya estaban agotadas de tanto alboroto realizado en los primeros kilómetros de ruta, ahora todos querían llegar a destino. En cuestión de minutos empezaron a ingresar en el predio, como el cartel así lo indicaba, “San Remo”, nombre de aquel mítico lugar. Sin embargo, una vez llegado el autobús, las energías estaban renovadas, todo el mundo se dispuso a buscar su equipaje. Las indicaciones de orden y calma de cada uno de los docentes designados eran en vano, la emoción podía por sobre todas las cosas. Gerardo, o Ger como le decían los alumnos, era uno de los profesores que iba a acompañar todo el fin de semana al piberío. Un hombre de estatura exuberante, muy joven, pero con algunos claros en su cabeza. Algunos decían que esto era debido a su labor y a estar siempre renegando con un mar de adolescentes en sus últimas épocas escolares. - “Muchachos, ya los conozco desde hace años. Esto va en especial para vos Fernando. No quiero nada de joditas que me pongan nerviosa a la multitud, ya tuve bastante con el despelote en el micro”. La advertencia era clara y era directa, pero con un grado de sentido del humor y calidez que se notaba a la legua. - “Tranqui Ger, me voy a portar bien”, la respuesta no era del todo creíble, pero el docente no hizo más esfuerzos y se fue a atender un asunto de otro compañero que no encontraba su mochila y que ya estaba por llamar a los padres para decirle que le habían robado sus pertenencias. - “Te tiene entre ceja y ceja, aparato…”, le dijo Nico mientras seguía a su amigo, por un estrecho camino que llevaba directamente al despejado donde se iban a apostar con las carpas. Algo murmuró Fer al respecto y a su vez les indicó donde creía que iba a ser mejor armar la tienda, era obvio que los tres dormirían juntos. Llegada la hora de la cena, el fogón se prestaba para que todos pudieran sentarse alrededor y disfrutar de lo cálido de aquella noche, quizás si no hubiera habido fuego, el calor se habría sentido igual, estamos hablando de alrededor de treinta jóvenes que compartían un momento inolvidable y que sabían que pronto muchos dejarían de verse y quizás para siempre. Entre cantos típicos, chistes, camaradería y calentitos hechos a las brasas, se veía un rostro ruborizado, era Valentín, que vivía enamorado de Nati, una compañera de curso que tenía los gustos totalmente alineados a los de él. La miraba y pensaba en lo lindo que sería compartir un momento con ella a solas en un marco diferente al de un recreo, ir a tomar un helado o compartir alguna película en el cine. Sabía que para el día siguiente estaban programadas las actividades por equipos, los cuales ya estaban armados por Ger. Claramente, iban a ser un surtido de alumnos de ambos cursos, esto para evitar que se formen los grupitos o “silos” de siempre y que puedan interactuar todos con todos. Así es que su anhelo era que le toque en el mismo equipo que la doncella que estaba mirando. Sentía que para él sería como un último deseo de fin de curso, ya que el lugar del afortunado y dichoso que la acompañe en la entrada de la fiesta de graduación, seguramente estaba ocupado por otro. A la mañana siguiente, se escuchó el sonido estridente de un silbato, Ger comenzó a ordenar a todos y les empezó a informar los equipos. Eran cuatro grupos que se distinguían por los siguientes colores: rojo, verde, azul y amarillo. Cuando comenzó a listar a los integrantes de cada color, el resultado quedó favorable para Valentín, ya que le tocaba el color verde al igual que a Natalia. La alegría que tenía ese muchacho era inexplicable, casi que saltaba de la satisfacción, sus amigos lo sabían y, a modo de felicitaciones, recibió una palmadita anónima en la espalda. Los otros dos, Nico y Fer, estaban en el amarillo y rojo, respectivamente. Los tres amigos quedaron en equipos diferentes. Suena trágico, pero, de alguna manera, quizás lo era, porque se trataba del campamento de sexto, de su último año. Es por ello que a Fer se le ocurre lo siguiente: - “Ey, hagamos una cosa…”, esbozó el aparato casi como queriendo contar un secreto milenario. - “Cuando repartan las cintas con cada color, no nos va a quedar otra que ir al equipo designado”, lo interrumpió Nico. - “Sí, tenés razón. Pero la verdad es que no quiero que mi campamento de sexto sea jugar al ataque al fuerte”, le contestó automáticamente Fer. - “Muchachos, yo me voy con mi equipo que la verdad ya debe estar esperándome”, el comentario venía de parte de Valen que estaba que se iba corriendo para el sector donde estaba su grupo. - “Está bien, andá, nos cambias por una mina, de vos nunca lo habría esperado”. Se escuchó de manera atacante al más atorrante de los tres. Nico, si bien con algunas dudas entre dientes, dejó en claro que también prefería hacer “la suya” e ir a recorrer por ahí el predio con sus amigos de toda la vida, antes que jugar esos juegos tan trillados y típicos. Al enamorado no le quedó otra que ceder, si bien se le salía el corazón por el solo hecho de saber que iba a estar en el mismo equipo que Nati, no quería desperdiciar los últimos momentos junto a aquellos dos amigos de fierro que tenía. Esperaron que Matilde, la cocinera del colegio se distrajera, tomaron algunos panes y galletitas, como provisiones. Estaba claro que se iban a mandar a la aventura. O lo que es seguro, es que se iban a mandar la parte. Nico, rescató una botella de jugo de naranja que había sobrado del desayuno. Con esos elementos, estaban preparados. A medida que los equipos se iban agrupando por color y se les empezaban a designar los lugares a donde se debían dirigir, cada equipo partía a galope, como si fuera una carrera de supervivencia. Al parecer, era una búsqueda del tesoro. Valentín, miraba a sus compañeros “verdes” corriendo y se resignaba a lo que podía haber sido un encuentro con la niña de sus ojos. De repente sintió un tirón por parte de una mano, era Nico que le indicaba, entre otras cosas que se apurase. Al galancito, se le ocurrió que debían ir hacia dentro del bosque, ya que, cruzándolo, se decía que se ve un paisaje memorable. Como el predio se encontraba arriba de una colina, se podría llegar a divisar la inmensidad de los campos y la naturaleza que los rodeaba. Los otros dos decidieron que era una excelente idea, así que, sin más, se mandaron en la dirección propuesta, la cual era también, contraria a la de las actividades del resto del campamento. Ya inmersos en el bosque se quedaban maravillados con la cantidad de naturaleza que los rodeaba, los ruidos de distintos pájaros, el aroma de los pinos y el crujir de las ramitas que iban pisando al andar. Valentín, seguía pensando en lo que era el destino y como casi (maldito casi) hubiera podido estar en compañía de aquella chica que siempre anheló. Pero no se quería bajonear, tampoco había manera de que eso pasara. A su derecha estaba Nico comentando las maravillas del lugar que iban recorriendo y a su izquierda iba Fer haciendo saltos, chistes y revoleando alguna que otra rama que levantaba del suelo. Los tres, iban recordando las anécdotas de otros egresados sobre ese bosque, casi que sin poder creer que se encontraban allí, en ese mítico lugar, lleno de historias y leyendas. Nicolás, sentía de a ratos que no fue correcto haberse separado del grupo en las actividades, pero también sabía que este acto de rebeldía era símbolo de esta etapa que estaba viviendo y que mejor que hacerlo con estos dos amigos que le dio la vida. El otro jovencito, Fer, vaya personaje casi que podía revolcarse sobre los pastos a cada paso que daban, no le importaban las consecuencias que iban a sufrir cuando las autoridades escolares descubran que se habían ido por su cuenta, si es que lo hacían. Repasaba la libertad de terminar el colegio, los viajes futuros que iba a hacer. Si pudiera ser hippie y vivir en la montaña viajando a mula por el resto de su vida, sin obligaciones, era un gran plan que no pensaba rechazar. En lo divertido del trayecto agreste y el paisaje que vislumbraban, obviamente perdieron la noción del tiempo y de a poco se empezaban a dejar ver los últimos rayos de sol entre los huecos que deponían los árboles. Estaba oscureciendo. Los compinches comenzaron a notar lo tenue del ambiente y así como las charlas que iban teniendo durante el recorrido sobre anécdotas pasadas, también comenzaron a recordar aquellas leyendas tenebrosas sobre el lugar donde se encontraban, que hacían alusión a todo tipo de personajes fantásticos y terroríficos. De a poco el miedo y la incertidumbre se iba apoderando de los adolescentes, algún que otro comentario de uno de ellos o una risa nerviosa desviaba la atención de los otros dos por un instante, pero los tres sabían que estaban perdidos. El hecho de emprender la vuelta los tenía casi desesperados, comenzaron a acelerar su andar y su respiración era un reflejo casi complementario de aquellos pasos que iban dando. - “Era por acá, me acuerdo por que aquel tronco caído lo pasamos…”, dijo muy seguro Nico. - “Sí, me parece que es acá donde se tropezó Fer cuando…”, Valen no terminó la oración porque quedó totalmente tieso y helado del miedo. A unos metros de distancia divisaron figuras de luces, como siluetas humanas (o no) entre los árboles. El silencio se apoderó de los tres, solo se escuchaba el crepitar de las ramas que se partían bajo sus suelas. Iban dando pasos hacia atrás sin mirar, sin hablar, reculando. Es que no lo podían creer. Fer, que ya estaba poseído por un temblor corporal como si estuviese en el mismísimo Ártico, pudo pronunciar lo siguiente: -“No puede ser, ¿Ustedes ven lo mismo que yo?” Un silencio absoluto fue la respuesta. Se pusieron automáticamente de espalda con espalda cual gladiadores a punto de enfrentar a sus oponentes en la arena, así se sentían más unidos y seguros. Cada minuto que pasaba era una eternidad, hacía frío y la oscuridad era tan espesa que se volvía protagonista del ambiente. Los árboles se movían por el viento y se dejaba oír el silbido de la punta de aquellos pinos librados a la suerte de la ventisca. El miedo que sentían era abrumador, además de las luces y siluetas que se iban acercando más y más al lugar donde estaban ellos, se escuchaba como un eco de voces casi que, del inframundo, eran entrecortadas e inaudibles. - “¡Tenemos que correr, estemos juntos, pero vayámonos de acá por favor!”, ese fue el pedido de Valen a sus amigos. Estos asintieron y empezaron a correr los tres en dirección opuesta al fenómeno divisado. Nico, que era muy atlético iba por delante de los otros dos, sorteando cada obstáculo que la naturaleza le presentaba, parecía que la maleza y la vegetación se les interponía apropósito como queriendo retenerlos. El bufón del grupo, Fernandito, aquel personaje y cómico por naturaleza, estaba más serio que nunca, iba último y casi que no veía para donde corría. En la medida que iban corriendo, se enganchaban alguna que otra rama en el rostro, el dolor de los rasguños era lo de menos, reinaba la adrenalina. Después de correr casi por dos minutos, sin una dirección específica, pero con la idea clara de alejarse de las monstruosas luces, se quedaron sin aire, por lo que decidieron refugiarse detrás de un árbol con un tronco enorme rodeado de arbustos. Lo habían divisado como pudieron, ya sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y decidieron descansar porque sintieron que el peligro, por unos instantes era lejano. Agitados, por el miedo más que por la corrida, se preguntaban qué era lo que habían visto. - “¿Será la luz mala?”, preguntó Nico. - “No, porque eran varios destellos a la vez”, le contestó Valen como si fuera un erudito en la materia. - “Para mí son ovnis…”, dijo con espanto y determinación Fer. - “Ya se ha sabido de historias de que los extraterrestres andan por acá porque la energía del lugar es algo especial, aparte, ¿Se acuerdan del pibe de la promoción del 98´ que dijo que vio un platillo volador...? “, agregó el muchacho. El silencio de Nico y Valen, dieron a entender de que estaban de acuerdo con esa última teoría. Cada uno de ellos, empezaron a sentir arrepentimiento y melancolía, por el hecho de que ahora estaban en problemas y si se hubieran entregado al aburrimiento y monotonía de unos juegos de campamento comunes y corrientes, ahora estaría fuera de peligro. Pero no era momento de reproches, de reclamos absurdos ni de peleas entre ellos, tenían que estar unidos. El frío comenzaba a hacerse sentir y claro está que los abrigos que llevaban puestos no eran suficientes, además lo poco que habían rescatado para comer, se lo habían terminado durante la caminata cuando aún brillaba el sol. Los ruidos de distintas especies que salen a merodear la noche se hacían amos y dueños del ambiente. Claro que esto no era de alivio para el trío de aventureros. La ansiedad iba creciendo y sabían que la única posibilidad de sobrevivir de aquellos engendros luminosos era volver al campamento. Así como de la nada, sin previo aviso se escuchó como un silbido largo y empezaron a aparecer las luces nuevamente con sus siluetas incandescentes. - “¡Corramos muchachos!”, gritó Valen. Y así los tres tomaron otra dirección desconocida, pero contraria a los visitantes interplanetarios. Uno de ellos, Nico, tomó un palo del piso que había divisado en la bruma oscura de la noche y blandiéndolo en el aire como si fuera una cimitarra que se está por enfrentar a sus oponentes, gritó: - “¡Déjennos en paz!, que… ¿quiénes son?, miren que somos varios…” De un momento a otro, casi al mismo tiempo del grito del muchacho envalentonado, las luces se quedaron quietas, como congeladas y el silencio, dentro de lo que se puede denominar como tal en un bosque, se apoderó de la escena. Esto duró unos segundos, poquitos, porque de pronto las siluetas fulgurantes, emitiendo un murmullo extraño, comenzaron a avanzar con mayor ímpetu y decisión. Imaginen la reacción de estos tres, que ni bien vieron la avanzada de los alienígenas, comenzaron a correr y a gritar de manera desaforada pidiendo auxilio. Nico, que ya había revoleado el palo a cualquier lado y estaba corriendo nuevamente junto con sus secuaces sentía que sus piernas ya andaban solas, que tenían vida propia. Esto claramente, era parte del miedo que sentía. Por su parte, Valentín que corría rápido y daba alaridos de horror y pedidos de auxilio, quiso mirar hacia atrás para ver si los seguían. Pero cuando se da vuelta nuevamente para ver el camino y seguir corriendo, se chocó violentamente con un objeto que gimiendo quedó tendido al lado de él. Era el mismo Fernandito que se había detenido en su escapatoria.
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