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Crónica de un (des) encuentro cercano del tercer tipo (Parte II)
- “¿Están bien?”, preguntó el que había llegado último. Una voz quejosa que evidenciaba dolor le contestó que sí.
- “Me duele, creo que me rompí una costilla”, contestó Valentín agarrándose un costado del torso.
- “Muchachos, encontré el campamento, ¡Es ahí!”, Fernandito, señaló una piedra enorme que estaba cerca de ellos, a unos pocos metros.
Fueron hasta allí y treparon como pudieron la masa rocosa, con mucho esfuerzo llegaron a la cima. Desde allí pudieron divisar una fogata humeante, las carpas y la tienda de la cocina. Estaban a salvo. Bajaron a lo bestia de la montaña de piedra sin importar los raspones que se hicieron y las quemaduras típicas que uno puede tener a la hora de deslizarse sobre una superficie dura y áspera. Corriendo a través de la poca maleza que había en aquella parte del predio llegaron al campamento, el silencio reinaba y sólo se podía escuchar el chirrido de las brasas de la fogata. El miedo nuevamente hacía su aparición, comenzaron a llamar a sus compañeros y a Ger, pero no había respuesta.
- “¿Dónde estarán todos? ¡Se los llevaron!”, dijo Fer con una voz casi temblorosa.
En ese momento de desesperación, una figura salió de la tienda de la cocina. Al principio creyeron que era uno de los visitantes de otra galaxia que los había seguido, es por ello por lo que pegaron un salto tremendo hacia atrás, pero con la luz del fuego se dieron cuenta de que aquella figura, era nada más y nada menos que Matilde, la cocinera.
- “¿A dónde se habían metido? Nos tenían preocupado a todos”, les dijo con un tono frío y estricto.
- “Matilde, ¡Nos tiene que ayudar!, hay unas cosas brillantes, son como mutantes que salen de los árboles y nos están persiguiendo”. La suplica era de Valentín, que estaba agitado y a punto de llorar.
- “¿¡Qué?! Pero déjense de sandeces ¿Ustedes son unos irresponsables!”, le contestó la cocinera ya con el ceño fruncido y enojo evidente.
- “Sí, eran fantasmas que se nos venían encima”, agregó con la voz entrecortada Nicolás.
La cocinera los miraba con los ojos casi cuadrados y no podía creer lo que escuchaba.
- “Los fueron a buscar, todo el campamento los está buscando en el bosque y ustedes haciendo el tonto, ya mismo se me quedan acá que vamos a esperar a que vuelvan todos”.
Es aquí donde los tres desahuciados sintieron unas increíbles ganas de querer meterse en un pozo y no salir nunca más. Habían entendido, a duras penas y gracias a lo que les dijo Matilde con su frase que fue un rayo que parte la quietud de una noche, que las luces y siluetas eran sus compañeros de curso, ambos grados se habían unido, linterna en mano, en la búsqueda de tres idiotas que se habían perdido en el bosque. También entraron en la cuenta de que, cada vez que las luces se les acercaban era porque se escuchaban los gritos de horror que daban los tres y sus corridas alertaba a sus compañeros, los cuáles seguían cada sonido para dar con ellos. No se imaginaban la de cargadas que iban a tener que soportar. Sentían un calor, adicional al del fogón, era la vergüenza que les subía hasta la punta de los pelos. Todo un campamento buscándolos y ellos escapando porque creían haber estado en presencia de seres mitológicos.
El relato termina acá, lamentablemente, no se sabe que fue de los tres personajes, si recibieron alguna sanción o reprimenda por escaparse, que tan duras fueron las bromas que sufrieron o si finalmente Valentín se atrevió a invitar a salir a Natalia. De lo que sí podemos estar seguros, es que la experiencia que han tenido estos jóvenes quedará en la historia de los campamentos de aquel colegio y que será transmitida de boca en boca, de generación en generación.
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