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Noches porteñas
¡Sale otro!, alguien gritó a lo lejos, y el vodka fue protagonista otra vez. Sonaba alguna de Guns´n Roses y el ambiente se movía como el zamba. Macareno que era el más fortachón de los dos, levantó por los aires a una tal Jimena y todos quedaron en vilo, helados, pero al final todo fue vitoreo porque terminaron con un número de ballet burdo, donde el grandote sostenía a la doncella a lo alto. Una ráfaga de luz impregnó la alegría, se prendieron los focos del tugurio y era muestra clara de que por lo menos allí, la gira había terminado. Javier, que estaba pasado de etílico, pero con la lujuria intacta (había tenido muchas conquistas aquella noche, más nunca era suficiente); emitió una especie de ulular y el fornido muchacho acudió a su presencia.
- “Vamo´, que acá se re pudrió...”
- “Boludo, ¿quiénes son esos de campera?, mira que yo me les plantó eh…, esgrimió el grandote.
El otro lo calmó y salieron como dos lauchas del bote en la ruina. Las autoridades clausuraron, una vez más, el bolichito.
Plena Avenida Córdoba y la noche precoz invitaban a seguir de gira. Se oía un reggaetón lejano que se iba acercando, eran unos tres muchachos que, montados en un Ford Fiesta, hacían la oda a la gasolina. En la esquina vendían panchos, el hambre a saciar era el combustible para reponer de cara a lo planeado. Luego de engullir aquel bocado urbano, y escuchar la historia de un joven borrachisimo sobre los campos que debía de heredar en Potrerillos, se fueron directo a la Babilonia porteña; más conocida como Palermo Viejo.
Intentaron, en primera instancia, pasar el control de lo superficial y vanidoso en un antro de moda. En la fila de entrada estaba una no tan famosa muchacha, de la que no se acordaba el nombre ni siquiera el que la acompañaba. Ella no paraba de mirar a Javier y los dos amigotes pensaron que quizás era su boleto de entrada, pero a la hora de pasar al antro, cambió la actitud y dió a entender a todo aquel que la miraba, que el mundo era demasiado pequeño para ella. Lo siguiente era ir a algún barcito de mala muerte, allí lo alegre era asegurado. Se cruzaron a un porteño de aspecto moderno, si parpadeabas despacio era ver a un futbolista del ascenso ofreciendo entradas a un festival de música popular. Aceptaron y fueron directo a los fuegos del baile y los encares inconclusos. El lugar se llamaba igual a una novela de Vladimir Nabokov, pero ellos ni se percataron de ese dato. Tragos de todos los colores y cumbias como las de antes, nada podía fallar. Macareno bailaba con una jóven que le confesó que era policía y dado su día libre, lo quería aprovechar al máximo. Entre el meneo y las luces, hacía que conversaba con la morocha, pero su mente estaba en otro lado, quizás en Júpiter. A lo lejos, ve que Javier le hace señas para que se acerque, aprovechó que la compañera de baile se había arrimado a la barra y accedió al llamado de su amigo. Su compadre estaba acompañado de una mujer que, a groso modo, les doblaba la edad a ambos; coqueta por cierto y olía a perfume caro. Les dió a entender a los dos que si se iban en ese instante con ella, tenían pase libre a una fiesta exclusiva, algún barrio “elegante” de la capital. Sin mucho más que pensar, salieron a la calle y ya los esperaba un auto de alta gama, al cual subieron sin chistar. El chofer parecía un matón de algún clan sciciliano y los miraba con recelo a los dos, Macareno se molestó por esas idas y vueltas visuales pero la dejó pasar. La diversión continuaba dentro del vehículo y una botella de Dom Perignon pasaba de mano en mano. Arribaron a una especie de mansión que tenía como entrada una puerta titánica, de esas que se ven al ingresar a un estadio. Javier pudo bajar tambaleando y cuando sentía que se iba a ir de trompa al piso, lo sostuvo una mujer vestida de angel negro, tenía alas con plumas oscuras y todo su rostro brillaba en un negro azabache, como si un rocío negro le cayó encima. El otro, con porte de fortachón, caminó por el parque interno en el cuál podía divisar algunos grupos de gente conversando y tomando, distribuidos como pequeñas islas a lo largo de una península color verde. Todo el lugar estaba musicalizado con melodías extrañas que, ninguno de los dos, llegaba a reconocer pero les gustaba. Era todo muy hipnótico. Un clima lleno de “ángeles” y hombres vestidos de frac que reían vaya a saber porqué; la dama que los había invitado hacía las veces de anfitriona y los presentaba con algunos de los que estaban presentes, las miradas eran sombrías de a ratos pero luego todo volvía a la normalidad. Los dos muchachos no tardaron en deshinibirse y comenzaron a bailar al compás de esa música extraña. Macareno sintió la urgencia de ir al baño y entró en una casita al costado del parque, allí preguntó por el toillete pero nadie le dijo nada, entendió que en esa contienda estaba sólo y se puso a explorar las instalaciones. En las paredes había cuadros de, lo que a su parecer, era gente vieja con perros grandes a su lado. A través de un pasillo, divisó un cuarto oscuro que sólo se iluminaba con el abrir y cerrar de su puerta. Habían hombres que salían y entraban de allí, no había dudas que ese era el baño. Se aproximó con suma urgencia, pero en un segundo, quedó helado cuando sintió que algo diminuto le tiraba del pantalón. Bruscamente miró a su costado y con un ademán de pelea quiso increpar a lo que fuera que haya sido, pero la sorpresa fue igual que al momento del tirón. Era un hombrecito de talla baja, vestido de conserje de hotel, que le explicaba de mala forma, que tenía el paso prohibido a ese cuarto, ya que esa era la cocina y solo personal autorizado podía ingresar allí. Macareno le preguntó, tartamudeando, donde estaba el baño y el enano le indicó molesto que era para la dirección contraria. Dentro del cuarto de servicio, se mojó la cara, para despabilarse, o para probar que no estaba dentro de un sueño producto de las cantidades helénicas de alcohol ingerido. A su derecha se apersonó un hombre que vestía un traje negro con detalles carmesí que se secaba ambas manos. Se miraron y el extraño mientras le sonreía con un poco de amabilidad y otro poco de perversidad, le dijo:
- “Mañana será un nuevo día ordinario, con algunos esbozos de esperanza, hoy lo único que nos queda es esforzarnos para festejar”.
La frase lo dejó contrariado, cuando quiso balbucear algo, el señor ya se había ido y la puerta se cerró como si la sellaran.
Afuera Javier estaba en su salsa, bailaba con la anfitriona y otra mujer que se había sumado al jolgorio, con una botella de vino extremadamente caro en mano lo invitaba a que se uniera al grupo. Una corriente de frío comenzó a recorrer el lugar y parecía que el primer rocío de la madrugada mojaba los rostros de todos. Los dos amigos se dijeron que era momento de partir, aunque Javier en el fondo, quería quedarse un poco más; decía algo como que la dama lo había enamorado y que ya no se sentía el mismo de siempre. Su amigo se preocupó por esa noticia y le insistió nuevamente que debían emprender la vuelta; le hizo saber que tenía miedo por esa mujer, que para él, ella quería quedarse con su alma y llevárselo lejos. Se lo dijo tratando de no quedar como un paranoico o un loco, pero el mensaje fue más que legible y el galán accedió a irse. Despidiéndose y dejando la botella de vino sobre un atril contiguo, el Romeo avisó a aquella Julieta circunstancial que ya se iban. La noticia no le gustó del todo a la dama, pero igualmente le sonrió y lo tomó con todas sus fuerzas besándolo con vehemencia, sin dudas se despedían para siempre. Una vez afuera, en la calle, notaron que no había un alma merodeando y que las luces de los faroles estaban muy bajas, algunas ni siquiera funcionaban. Uno de los dos se sonrió e hizo un chiste de que el barrio era paqueto pero se ve que no pagaban los servicios a tiempo, ya que la oscuridad abundaba y ni un farol podía alumbrar el camino. A las dos cuadras de caminar buscando un rumbo hacia alguna avenida principal, se encontraron con un taxi que los levantó y llevó a destino.
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