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Salud y bienestar
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¿PACIENTE, CLIENTE, USUARIO, CONSULTANTE…O QUÉ?

Esta pregunta no es muy frecuente, pero cuando aparece moviliza bastante. Les comparto aquí algunas reflexiones al respecto en el marco de las prácticas arteterapéuticas. A mí me gusta hablar de PARTICIPANTE porque esta palabra otorga directamente a la persona un rol activo en el cuidado de su salud, una necesidad de ser parte, de implicarse. Lo que resulta básico para que un proceso terapéutico suceda y se den algunos movimientos. Pero en la gran mayoría de textos, de charlas, conferencias de las que tenemos registro se habla de pacientes, de consultantes, de clientes o de usuarios. En casos donde los profesionales no tienen muy clara su función, se habla de alumnos. A veces, la diferencia está dada por el país o región, o por cierto campo académico, en donde se ha instituido cierta forma de nombrar y se usa por costumbre; en otros casos los profesionales eligen cierta forma de nombrar por lo que esto trae aparejado, por el sentido que se atribuye al término. Veamos un poco más qué es esto del sentido de las palabras. Si bien en la teoría las palabras cargan con un único sentido que nos permite que al intercambiarlas nos entendamos, estas mismas palabras tienen también ideas, sentimientos, recuerdos, memorias colectivas asociadas que se imprimen de forma sutil pero profunda cuando las usamos. Muchas veces no nos damos cuenta de esto, hasta que nos cuestionamos sobre su origen, su etimología, su uso cotidiano. Por ejemplo, la palabra PACIENTE asigna a la persona un lugar pasivo, el que espera y recibe, dando así al terapeuta el lugar del saber y de la autoridad y, por consiguiente, el de la acción. El paciente se somete a lo que el terapeuta le diga, subordinando su participación en el espacio a esa dinámica. También, está bastante asociado a la clínica y a la idea de enfermedad, limitando la posibilidad de pensar el ejercicio arteterapéutico por fuera de este contexto (en una escuela o en un barrio no se suele decir que se trabaja con “pacientes”). La palabra CONSULTANTE pienso que se queda muy pequeña, como si el proceso estuviera siempre iniciando. La consulta es una de las vías de llegada a un espacio terapéutico, y se consulta a un terapeuta por algún motivo en particular. Luego, el proceso puede iniciar o no. Si se inicia, puede sostenerse en una continuidad en la que la persona ya no es sólo un consultante sino que, en la construcción de su proceso, se convierte en caminante, reflexionante, elaborante, experimentante, y todos los “antes” que se les ocurran. La palabra CLIENTE pone el énfasis en el mercado y el intercambio económico, que no necesariamente está presente siempre. Se vincula entonces el rol de la persona que asiste a un espacio de Arteterapia con el de un consumidor de este mercado, con un sujeto que accede a un intercambio de un servicio por cierto valor económico, privilegiando este aspecto por sobre lo que pueda significar subjetivamente el proceso terapéutico para cada persona. Si bien la variable del intercambio económico es algo importante dentro de un espacio arteterapéutico, no debería ser lo principal. También podemos asociar esta relación comercial con la idea de que la terapia se transforma en un producto, y como tal, debe resultar eficiente para quien lo adquiera. Así, se tiende a homogeneizar los procesos terapéuticos a partir de ciertos recursos iguales y útiles “para todos”, dejando de lado la mirada individualizada y la posibilidad de que una persona transite su proceso sin un marco de referencia de cómo debería ser, cuánto debería durar, qué señales debería encontrar para saber que lo culminó con éxito y sin la frustración de que, si no se cumple con esos estándares, el producto es malo o no le ha sido útil. O, lo que es peor, que esta persona no ha logrado los estándares por no ser capaz. La terapia se empapa de carácter utilitario perdiendo de vista todo aquello que escape a este plano. La palabra USUARIO implica a alguien que hace uso de un servicio, lo cual puede ser una acepción más amigable que paciente, pero que al mismo tiempo está muy asociada a la burocracia y al consumo. En Argentina, con la última modificación de la ley nacional de salud mental, se incorpora este término para correrse de la palabra paciente, en una búsqueda de actualidad, de progresividad, de otorgar a la persona un lugar más visible, dándole protagonismo en su proceso. Sin embargo, esta palabra es bastante parecida a la palabra cliente en su vínculo con lo utilitario. La persona usuaria que accede a un espacio terapéutico “usa” este espacio. Como dice google, “hace servir para algo”. Y aquí se nos escapa el hecho que acontece con el vínculo terapéutico, el encuentro, la construcción, la posibilidad de pensarse y transformarse junto a alguien que acompañe ese camino. No usamos personas, usamos objetos, usamos elementos inanimados, usamos aquello que podemos someter a nuestra voluntad y que podemos manipular. Y un proceso terapéutico se basa principalmente en la posibilidad de crear un vínculo con otra persona para sostener juntas un proceso introspectivo. Finalmente, este término que en teoría busca humanizar al paciente, darle entidad en el hecho de que el uso conlleva acción y voluntad, termina distorsionando el sentido de un espacio, un vínculo y un proceso terapéutico. Sobre la palabra ALUMNO, aunque bien podemos dar una gran discusión, solamente quiero hacer notar en este caso que no hablamos nunca de alumnos en Arteterapia porque nuestra tarea no es pedagógica, es terapéutica. No somos profesores, docentes ni consejeros. Vuelvo sobre el principio del texto: a mí me gusta hablar de PARTICIPANTE. Pero considero que no hay una manera única de nombrar. Lo que sí es importante tener en cuenta es que la forma que elijamos tiene su connotación particular, no es inocente elegir uno u otro término, no da lo mismo y dice mucho de cómo miramos a las personas con quienes trabajamos, lo que simbólicamente posiciona al terapeuta y lxs participantes desde un lugar determinado en el encuentro/espacio terapéutico. Y vos, ¿cómo nombras a las personas con las que trabajas? Y si lo pensamos desde el otro rol... ¿cómo te han nombrado cuando has asistido a un espacio terapéutico? ¿Te has sentido identificadx con ese rótulo?
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Un taller de arte y un espacio de Arteterapia... ¿son lo mismo?

En la práctica contemporánea de las Arteterapias (y a veces también en las teorías) la confusión entre lo que es y lo que se hace en un taller de arte y un espacio de Arteterapia es muy frecuente, siendo que existen diferencias muy claras que vamos a tratar de visibilizar en este texto. En un taller de arte los objetivos que se persiguen son fundamentalmente pedagógicos y vinculados a un conocimiento técnico (o sea que los alumnos aprendan técnicas y vayan desarrollándolas clase a clase para ir mejorando en su habilidad), a lo cual puede sumarse el factor expresivo/comunicativo propio del hacer artístico, o sea, aquello vinculado con lo que quiero decir con mi creación. Esto significa que existe, por un lado, un rol docente que ocupa quien imparte el taller, y por otro, un juicio de valor técnico y estético sobre cómo es el uso correcto de los materiales y herramientas y sobre teorías vinculadas a la composición, que son transmitidas por el tallerista. También tenemos un rol de alumno o aprendiz que requiere del conocimiento que le acerca el docente para ir transitando el aprendizaje, a la vez que lo va haciendo propio. No importa de qué disciplina artística hablemos, en cualquier caso, un taller de arte (de música, de plástica, de danza, etc.) se basa en estos preceptos. Sumado a esto, siempre está presente el juicio de valor estético sobre la producción artística que resulta de la interpretación que de ella se haga, y esto se relaciona con la estructura del campo productivo de las artes, donde nos encontramos con ciertas instituciones y actores sociales que, entre otras cosas, legitiman aquello que es arte y lo que no entra en esta definición. Como decíamos antes, un taller de arte cuenta también con una veta del trabajo sobre la expresividad, que tiene que ver con la expresión artística en sí misma, sobre las posibilidades de la expresión artística en relación a comunicar, “sacar” o “soltar” algo, hacer catarsis. Que un taller de arte contemple el factor expresivo y trabaje sobre eso no significa que sea un espacio de terapia, porque un objetivo pedagógico se contrapone a un objetivo terapéutico. Para ser más claros, no podemos pedirle a una persona que se exprese libremente pero que al mismo tiempo lo haga de forma correcta, ya que la libertad expresiva cuando se trabaja desde un enfoque terapéutico no se encasilla en aspectos técnicos o procedimentales. Por otro lado, encontramos los dispositivos terapéuticos, entre ellos los espacios de Arteterapia, en donde la expresión artística juega un rol de sostén de la intervención en función de objetivos terapéuticos (por eso tampoco le llamamos "clase", sino "encuentro" o "sesión") y las persona/as que coordinan tienen un rol de terapeuta (que básicamente acompaña a la persona en su proceso de introspección). Si bien cuando hablamos de procesos terapéuticos podemos vincularlos con la idea del aprendizaje, lo que se aprende en estos espacios está relacionado con la singularidad de una persona y su proceso personal; el rol de un arteterapeuta no contempla un aspecto pedagógico en relación a técnicas y saberes artísticos. Un objetivo terapéutico siempre va a tener un modo de resolución subjetiva, la cual nunca es correcta o incorrecta: es lo que la persona trae al espacio, lo que elige crear y sobre todo el sentido que le adjudica a lo creado (recordando también que el arteterapeuta no interpreta las creaciones de los participantes). Volviendo a la idea anterior, no podemos pedirle a alguien que se exprese libremente y corregirle al mismo tiempo la "libre expresión" en relación a las técnicas y procesos específicos que estemos proponiendo. Cuando trabajamos desde el Arteterapia no nos interesa que la persona realice algo de forma correcta o incorrecta, ya que lo que se pone en juego es el proceso, la espontaneidad, los significantes y significados que van apareciendo. Por lo que el fin pedagógico y el juicio de valor estético académico desaparecen para ser reemplazados principalmente por reflexión subjetiva y la comunicación con el mundo interno. Algo para destacar es que, si bien las personas que participan de un espacio de Arteterapia no necesitan contar con conocimientos artísticos, resulta necesario que el arteterapeuta sí cuente con estos conocimientos para poder hacer un uso adecuado de los recursos y las herramientas técnicas en relación al modo en que se van a emplear desde un enfoque terapéutico. O sea, necesita conocer de técnicas artísticas, pero también sobre cómo llevarlas al ámbito terapéutico. En conclusión, propongo que un taller de arte no es lo mismo que un dispositivo de Arteterapia, es más, son encuadres muy distintos e incompatibles. Decía al principio que en las prácticas contemporáneas existe esta confusión y se manifiesta en espacios que se consideran mixtos, como una especie de “taller de arte terapéutico”, en donde, en muchos casos, se enseñan técnicas, se corrigen procesos pero a la vez se invita a las personas a explorar su mundo interno y ponerlo de manifiesto en sus creaciones y sobre ellas el docente interpreta lo que la persona estaría queriendo decir, a veces sumando a esto “consejos” sobre qué hacer al respecto. O sea, toda una serie de acciones irresponsables, mucho más cuando ni siquiera se cuenta con formación en el campo de las Arteterapias (un taller o curso pequeño muchas veces no es suficiente para sostener esta práctica profesional). Vale aquí hacer la aclaración de que un taller de arte puede resultar terapéutico (no ser terapia) para una persona por generarle la posibilidad de expresarse, de compartir lo que siente, de hacer catarsis, entendiendo que terapia no es lo mismo que terapéutico. Cuando introducimos la expresión artística en el marco de la técnica, lo que expresamos se subordina al uso correcto de un recurso; en cambio, cuando proponemos una técnica o herramienta artística desde una perspectiva exploratoria e indisciplinada (o sea, saliéndonos de la disciplina artística) con objetivos terapéuticos, de introspección y reflexión personal, toma protagonismo la libertad en la expresión y la posibilidad de dar sentido a lo creado desde el propio sentir e interpretar de la persona creadora. ¿Qué piensas de esto? ¿Conocías estas diferencias? ¿Qué otras cosas deberíamos tener en cuenta para diferenciar estos espacios? En tu experiencia, ¿te ha pasado de no saber muy bien dónde están los límites de cada práctica? Te invitamos a compartir tus comentarios en la publicación de instagram =)
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Taller gratuito "Expresión artística y autocuidado"

¿De qué se trata? Esta propuesta se trata de un taller virtual (por zoom) en el cual trabajaremos de forma vivencial, o sea, desde la práctica, la acción, el juego y la creación. Exploraremos las ideas de expresión artística y autocuidado tratando de establecer algunos puntos en común. No hace falta contar con conocimientos previos para participar, puede sumarse cualquier persona interesada. Es un taller gratuito, abierto a la comunidad. Te invitamos a participar de este taller para tener un momento de encuentro con otrxs, para pensarnos y pensar cómo transitamos la propia salud desde el autocuidado y cómo la expresión artística puede ser una gran aliada para sostener el cuidado y el desarrollo personal. Además, te damos un regalito: quienes realicen el taller tendrán un 50% de descuento en la compra del ebook “Guía de herramientas artísticas para el autocuidado cotidiano” ¿Cuándo? Jueves 15 de febrero a las 8 PM (horario de Argentina) Valor El taller es gratuito ¿Quiénes pueden participar? Cualquier persona interesada Inscripción Para inscribirte tienes que completar el siguiente formulario https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSeFn3R5JPEy3r2yOkCtvGzvLowitm3cuu-6qhFSvo5Bxv3vQQ/viewform
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Acompañar

Un día caminando por el centro, me llama por teléfono una amiga para contarme que le habían confirmado un diagnóstico y que no tenía muy buen pronóstico. Después de conversar un rato y darle ánimos, corto la llamada y sigo caminando sin saber a dónde ir. Me siento en un escalón de una casa e inmediatamente empiezo a llorar. De la bronca, la impotencia, la angustia. Me permito llorar en la calle porque no había nadie. Y de la nada aparece una mujer y me pregunta qué me pasaba, si necesitaba algo. Se sienta al lado mío y no sé de dónde me sale la confianza para contarle lo que me pasaba. Se queda conmigo un momento, me acompaña, ahora es ella la que me da ánimos. Y así como había llegado, se va. Y yo quedo transformada, sin entender demasiado cómo o por qué. Mi hijo tiene mucha fiebre. Ya no llora porque está agotado, sólo se queja levemente. Tira la cabeza para un lado, para el otro. Ya le hemos dado medicación, lo hemos bañado, le hemos puesto pañitos fríos. Sólo queda acompañar. Lo acomodo en mi pecho, que de pronto se amplía, tiene el tamaño necesario para cobijar todo su cuerpito envuelto en fuego. Lo sostengo, lo miro, lo acuno. Suavemente, se va dejando llevar por el movimiento y el arrullo y logra dormirse. En mi trabajo, uno de los jóvenes me cuenta que se acercaba el aniversario de la muerte de su hermano mellizo. Que le gustaría ir al cementerio a verlo porque hacía casi un año que no iba por estar encerrado ahí. Luego de algunas gestiones institucionales, logramos que se autorice la visita al cementerio. Me pide que yo lo acompañe. Cuando llegamos a la parcela me quedo a un costado para dar intimidad a su encuentro, pero me pide que me acerque, que me siente con él y le cuenta a su hermano quién soy, me presenta y yo lo saludo. Mientras ellos conversan, yo acompaño. La palabra ACOMPAÑAR aloja múltiples sentidos y posibilidades, a veces muy distantes unos de otros, pero creo que pueden tener en común el encuentro y la disponibilidad de una persona para estar con/para otra. Al acompañar no dejamos de ser ni de estar en nosotrxs mismxs, lo que hacemos es poner la atención y la mirada en otra persona, abrirnos a la escucha y el sostén, prestar nuestro cuerpo y nuestro sentir para cobijar a otrx. A veces mediamos palabras, abrazos. A veces, simplemente estamos. Trabajar desde el acompañamiento requiere formación, conocimiento y herramientas, pero también mucha presencia y empatía.
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¿Quiénes somos?

Patio de Tierra es un proyecto sostenido por Wari, Chasqui y Emilia. Aunque yo (Emilia) soy la cara visible, las ideas, los sueños, la magia que aquí ocurre nacen de los tres, porque este espacio se relaciona con nuestro día a día, con la tierrita que pisamos y transformamos cotidianamente. Además formamos parte de una hermosa comunidad, que nos sostiene y nutre. Compartimos la idea de que cuando trabajamos juntos las cosas son más sencillas y podemos aprender mejor. Es por eso que las actividades y contenidos que compartimos aquí son creados desde este sentir y habitar colectivo que vamos siendo.
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